martes, 21 de agosto de 2012

Sendero


Están siempre allí… 

Cabello blanco como el algodón, las barbas largas e igual de blancas, en una esquina un zapatero árabe (curioso los árabes normalmente tiene un tienda de ropa) se gana la vida. Vive en los Valles del Tuy,  llega muy temprano a su puesto, parece improvisado, pero tiene  años allí. Todos sus instrumentos están en cajas y bolsas, lo rodean zapatos que tiene por reparar, está sentado en una silla compuesta por una caja y un cojín para aguantar el día, todo está lleno de hollín y el paso del tiempo ha dejado su huella. ¡Mohamed! Lo saludan, él con una sonrisa y acento árabe que poco se entiende responde un: ¡hola!. Es un señor muy dulce, tierno, tal cual papa oso, tan cordial, amigable y cada mañana me regala una sonrisa. 

Avanzo,  hay un pequeño local de color azul y rejas negras recién pintadas, todo es viejo y  oscuro  como si hubiese estado cerrado durante años y el tiempo se detuvo. Hay una barra que recorre el local, una máquina de café justo en la entrada, luego un mostrador con empanadas recién salidas del caldero, detrás una nevera con algunos jugos y botellas vacías, al lado se deja ver la cocina. Tiene un área para sentarse a desayunar al mejor estilo de restaurante de carretera. Todo huele a aceite viejo, a frito. Lo atiende un joven que le da brillo a  ese rincón oscuro, es delgado blanco con pinta de andino y siempre con una camisa azul cielo, lo acompaña una señora bajita de cabello oscuro, es la cocinera.  Abrió el local hace poco más de seis (6) meses y poco a poco han ido haciendo clientela y creando el punto. Su cordialidad, sencillez y buen sabor conquistan a los visitantes. 

El recorrido es  acompañado en esta ocasión por un joven de no más de 20 años, moreno, de cabellos oscuros enrollados al estilo Lenny  Kravitz, en sus ropas rasgadas y sucias se nota la dejadez de esté ser humano, con una mirada perdida pero feliz y con un brillo sin igual se sienta en la acera a mirar el cielo sonriendo y hablando solo, balbuceando palabras que no se entienden. Se levanta y se mira en un vidrio, que le hace de espejo, se peina los rulos y comienza su día de vagancia.
Otra cara de la moneda, es un señor que en  la misma indigencia, recorre el boulevard de Sabana Grande con una maleta de viaje rota, sucia y llena de cosas, tiene un sweater gris tejido, su mirada es también perdida pero triste, es como si extrañara algo, es melancólico. No habla, no mira a nadie, está en su mundo. Desayuna como reyes: café, pan, frutas luego se sienta en un banco del boulevard con su maleta a ver ¿quién sabe qué?

 “manzanilla, toddy, caféeee”… un compás  peculiar y rítmico, así promociona el señor del café…lo dice muy rápido, pero es contagioso. 

¿Cuantas veces pasamos por la misma calle y no nos percatamos de la gente que está allí?
Día a día estas personas hacen vida por donde paso, para algunas personas son parte del paisaje e ignorados pero ellos sin querer alegran el sendero de los tomamos un momento para mirar y conocer.

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