Están siempre allí…
Cabello blanco como el algodón, las barbas largas e igual de
blancas, en una esquina un zapatero árabe (curioso los árabes normalmente tiene
un tienda de ropa) se gana la vida. Vive en los Valles del Tuy, llega muy temprano a su puesto, parece
improvisado, pero tiene años allí. Todos
sus instrumentos están en cajas y bolsas, lo rodean zapatos que tiene por
reparar, está sentado en una silla compuesta por una caja y un cojín para
aguantar el día, todo está lleno de hollín y el paso del tiempo ha dejado su
huella. ¡Mohamed! Lo saludan, él con una sonrisa y acento árabe que poco se
entiende responde un: ¡hola!. Es un señor muy dulce, tierno, tal cual papa oso,
tan cordial, amigable y cada mañana me regala una sonrisa.
Avanzo, hay un
pequeño local de color azul y rejas negras recién pintadas, todo es viejo
y oscuro como si hubiese estado cerrado durante años y
el tiempo se detuvo. Hay una barra que recorre el local, una máquina de café
justo en la entrada, luego un mostrador con empanadas recién salidas del
caldero, detrás una nevera con algunos jugos y botellas vacías, al lado se deja
ver la cocina. Tiene un área para sentarse a desayunar al mejor estilo de
restaurante de carretera. Todo huele a aceite viejo, a frito. Lo atiende un
joven que le da brillo a ese rincón oscuro,
es delgado blanco con pinta de andino y siempre con una camisa azul cielo, lo
acompaña una señora bajita de cabello oscuro, es la cocinera. Abrió el local hace poco más de seis (6)
meses y poco a poco han ido haciendo clientela y creando el punto. Su
cordialidad, sencillez y buen sabor conquistan a los visitantes.
El recorrido es
acompañado en esta ocasión por un joven de no más de 20 años, moreno, de
cabellos oscuros enrollados al estilo Lenny Kravitz, en sus ropas rasgadas y sucias se
nota la dejadez de esté ser humano, con una mirada perdida pero feliz y con un
brillo sin igual se sienta en la acera a mirar el cielo sonriendo y hablando
solo, balbuceando palabras que no se entienden. Se levanta y se mira en un
vidrio, que le hace de espejo, se peina los rulos y comienza su día de
vagancia.
Otra cara de la moneda, es un señor que en la misma indigencia, recorre el boulevard de
Sabana Grande con una maleta de viaje rota, sucia y llena de cosas, tiene un
sweater gris tejido, su mirada es también perdida pero triste, es como si
extrañara algo, es melancólico. No habla, no mira a nadie, está en su mundo. Desayuna
como reyes: café, pan, frutas luego se sienta en un banco del boulevard con su
maleta a ver ¿quién sabe qué?
“manzanilla, toddy, caféeee”…
un compás peculiar y rítmico, así
promociona el señor del café…lo dice muy rápido, pero es contagioso.
¿Cuantas veces pasamos por la misma calle y no nos
percatamos de la gente que está allí?
Día a día estas personas hacen vida por donde paso, para algunas
personas son parte del paisaje e ignorados pero ellos sin querer alegran el
sendero de los tomamos un momento para mirar y conocer.