miércoles, 25 de julio de 2012

Sentada sobre el oro negro


Desconectada. 

Los presentes sentados en sus mats, sobre el asfalto, parece estar hirviendo, es la avenida Francisco de Miranda, aquella que recorro día tras día, pero hoy estoy en posición de loto sobre mi mat. ¿Quién  lo diría? un espacio tan transitado y nosotros meditando, pidiendo por la paz, la vida y la seguridad en nuestro país.

No  siento la energía que creí tendría el lugar, me siento desconectada de la energía de los asistentes, tenía muchas expectativas, creí abría olor a incienso de sandalo, música hindú de fondo y lo que hay es una señora en la tarima principal hablando de cualquier cosa. 

10 tarimas, 10 profesores, cientos de personas y una avenida entera haciendo yoga. 

Practicó yoga de vez en cuando porque me da paz, pero hoy que es mi propósito no la siento, es como buscarla en medio de una guerra. Mi cabeza no para de pensar: cuántas veces abran robado a alguien aquí, justo donde estoy sentada. Trato de alejar esos pensamientos de mi cabeza y me concentro en la respiración y en la voz de la yogui que nos guía en esta mega clase.

Foto de @lmbophotos
Descubro mi piel y por primera vez toco el asfalto, tan consciente de ello, siento el calor del oro negro, su fuerte energía entra por mi pie y va subiendo hasta mi cabeza comienzo a sentir la conexión con las personas que me rodean: un señor de piel blanca que se le nota el paso de los años va calentado su cuerpo; una señora con su pequeño hijo lo sienta en un mat y le coloca juguetes; una chica viendo su celular y tomando fotos; un joven corpulento con pantalón blanco y camisa colorida meditando en medio de aquel alboroto; una señora de cabello gris me sonríe. 

Un OM retumba en mis oídos, entramos en sintonía con las primeras posturas, al ritmo de la respiración estiro los brazos al cielo, me dejo caer y veo como se deslizan mis preocupaciones. En cada torsión siento como mis órganos internos se masajean, en la postura del árbol mi pie se convierte en raíz y mis brazos en las ramas más altas. La brisa trata de moverme pero estoy firme. Tendida sobre el mat con las rodillas en el pecho libero el cuerpo de la tensión y cantamos “Om Namah Shivaya Om”, (en el nombre de Shiva) el canto al bienestar, lo entono con voz alta hasta escucharme, pues me llena de tranquilidad.

¿Llanito?


Vivo en esta ciudad desde que nací y como es posible ¿Que aún no haya recorrido cada rincón? ¿Cuantas veces he leído de esta urbanizacion en la prensa, otras tantas escuchado por allí?, pero nunca recorrida por mí.
Me siento tan desorientada, lo ideal sería ir en bus y recorrer palmo a palmo sus calles, y poder sentir la brisa, pero el temor a lo desconocido me lo impide; voy al Llanito, en la parroquia Petare del Municipio Sucre, colinda con el populoso Petare y con selecto Macaracuay, es una mezcla entre alborotado y elitesca. 

¿Llanito? Pero si el camino me recuerda el recorrido de una montaña rusa. La avenida principal es una pronunciada subida, de lado y lado comercios, residencias, hay mucha gente caminando, otras paradas en las esquinas conversando, parece una zona bastante amigable.

Mis pies tocan el suelo, me da la impresión de estar en un mercado público. Muchos sonidos juntos, los carros, las cornetas, la gente hablando, la música que sale de un comercio es todo tan ensordecedor, ando sobresaltada, como si fuese la primera vez que salgo al mundo, que escucho tanto ruido junto. Huele a naturaleza con cuidad.

Después de tanto tiempo coexistiendo, aún me sorprendo de lo que esconde Caracas.

lunes, 16 de julio de 2012

Después de 20 años

Cuando tenía 7 años tuve una. El cuadro era rosado con blanco, en el frente contaba con una cestica metálica, blanca, con un sticker de “Fresita”, en el manubrio unas cintas de colores que cuando la brisa movía, tenía una campana y cada vez que pasaba por el lado de mi padre la sonaba… era muy divertido.  Con rueditas atrás, recuerdo que me gustaba correr y cada vez que lo hacía por los pasillos de los Próceres  la pequeña bicicleta sonaba como si se fuese a desarmar, hoy a más de 20 años mi “Nueva Bici” es rin 24’’, azul eléctrico con blanco, de 18 velocidades, no tiene ni cestica ni cintas. 

Me monte y para mi sorpresa… fue como si jamás hubiese dejado de andar en bici, allí mismo le agarre el gustico, el balance me costó un poco más, pero al cabo de un par de vueltas ya lo tenía… siempre me fue difícil dar la vuelta y me sigue costando, tampoco logro ir muy derecha, práctica dicen algunos, yo creo que es cuestión equilibrio, cuando Dios lo estaba repartiendo yo no estaba…
A los pies del Ávila comienzo a pedalear, una subida un poco difícil, apenas estoy comenzando y ya me canse!! Entro en el canal derecho, casi en el hombrillo, me dan miedo los demás ciclistas, pasan muy rápido, viene una bajada tengo que cambiar la velocidad, me pongo nerviosa… pero en lo que la “Nueva Bici” comienza a bajar me invadió la adrenalina, la brisa rozaba mi rostro con el fresco aroma a naturaleza, la velocidad me fascina, me dejo llevar. 

Una hermosa vista de Caracas, ojala fuese tan tranquila como ahora. Petare, imponente frente a mí, esta tan lejos y tan cerca. Siento paz y tranquilidad en ese lugar, que no lo quiero dejar. En una de tantas paradas veo por entre la defensa una cascada ¡Que increíble! no sabía que estaba allí, era como un oasis en el desierto, mi novio con cara de sobrado me dice: ¡Amorrrr! Eso son Los Chorros…

Estamos por terminar el recorrido, una pendiente medio fuerte; Me viene a la mente mi primer choque, fue múltiple, tres (3) bicicletas estuvieron implicadas, la causante yo! No supe frenar; voy con los frenos pisados, veo que viene un perro, trato de alejarme pero hay personas caminando, la dueña de perro trata de quitarlo pero él la arrastra por donde yo vengo, por suerte lo esquive, esta vez no hubo choque. 

Lo  que podía ser un domingo cualquiera se convirtió en un extraordinario domingo.